Durante esta semana vamos a celebrar EL DÍA DEL LIBRO.
Este año vamos a rendir un homenaje a Miguel Delibes, ya que el pasado el 17 de octubre de 2020 se celebró el centenario de su nacimiento. Sabéis que nació en Valladolid y fue un gran amante de la naturaleza.
Vamos a leer unos fragmentos del libro titulado "Mi querida bicicleta".
Lunes, 19 de abril de 2021
Yo no hacía más que dar vueltas por los paseos laterales, a lo largo
de la tapia, con regreso por el paseo central, pero, al franquear el cenador
con su mesa y sus bancos de piedra, las enredaderas chorreando de las pérgolas,
azotándome el rostro,
vacilaba, la bicicleta
hacía dos eses y estaba a punto de caer pero,
felizmente, la enderezaba y volvía a pedalear
y a respirar tranquilo: tenía el camino
expedito hasta la vuelta siguiente.
Y así, una y otra vez, sin medir el tiempo. Mi padre, que todos los veranos
leía el Quijote
y nos sorprendía a cada momento con una
risotada solitaria y estrepitosa, me había dicho durante el desayuno, atendiendo mis insistentes
requerimientos para que me enseñara a montar:
—Luego; a la hora de comer. Ahora déjame un rato.
Para
un niño de siete años, los luego de
los padres suelen suponer eternidades. De diez a una y media me dediqué, pues,
a contemplar con un ojo la
bicicleta, de mi hermano Adolfo, apoyada en un banco del cenador (una Arelli de paseo,
de barras verdes y níqueles brillantes, las palancas
de los frenos erguidas sobre los puños del manillar) y con el otro,
la cristalera de la galería
que caía sobre
el jardín, donde
mi padre, arrellanado en su butaca de mimbre con cojines
de paja, leía incansablemente las aventuras de don Quijote.
Su concentración era tan completa
que no osaba subir a recordarle su
promesa. Así que esperé pacientemente hasta que, sobre las dos de la tarde, se presentó en el cenador,
con chaleco y americana pero sin corbata, negligencia que caracterizaba su atuendo de verano:
—Bueno, vamos allá.
Temblando enderecé la bicicleta. Mi padre me ayudó a encaramarme en el sillín,
pero no corrió tras de mí. Sencillamente me dio un empujón y voceó cuando
me alejaba:
—Mira siempre hacia adelante;
nunca mires a la rueda.
Martes, 20 de abril de 2021
Yo salí pedaleando como si hubiera
nacido con una bicicleta entre
las piernas. En la esquina
del jardín doblé con cierta
inseguridad, y, al llegar al fondo, volví a girar para
tomar el camino del centro, el del cenador,
desde donde mi padre controlaba mis movimientos. Así se entabló entre nosotros un diálogo intermitente, interrumpido por
el tiempo que tardaba en dar cada vuelta:
—¿Qué
tal marchas?
—Bien.
—¡No mires a la rueda! Los ojos siempre
adelante.
Pero la llanta delantera
me atraía como un imán y había de esforzarme para no mirarla.
A la tercera vuelta advertí
que aquello no tenía mayor misterio y en las rectas,
junto a las tapias, empecé a pedalear
con cierto brío. Mi padre, a la vuelta siguiente, frenó mis entusiasmos:
—No corras.
Montar en bicicleta no consiste en correr.
Le
cogí el tranquillo y perdí el miedo en menos de un cuarto de hora. Pero de pronto se levantó ante mí el
fantasma del futuro, la incógnita del «¿qué ocurrirá mañana?» que ha
enturbiado los momentos más felices
de mi vida. Al pasar ante mi padre se lo hice saber en uno de nuestros entrecortados diálogos:
—¿Qué hago luego para bajarme?
—Ahora no te preocupes por eso. Tu despacito. No mires a la rueda.
Miércoles, 21 de abril de 2021
Daba otra vuelta pero en mi corazón ya había anidado
el desasosiego. Las ruedas siseaban en el sendero
y dejaban su huella en la
tierra recién regada, pero la incertidumbre del futuro ponía nubes sombrías
en el horizonte. Daba otra vuelta. Mi padre me sonreía:
—Y cuando me tenga que bajar, ¿qué hago?
—Muy
sencillo; frenas, dejas que caiga la bicicleta de un lado y pones el pie en el suelo.
Rebasaba el cenador, llegaba a la casa, giraba a la
derecha, cogía el paseo junto a la tapia, aceleraba,
alcanzaba el fondo del jardín y retornaba por el paseo central. Allí estaba mi padre
de nuevo. Yo insistía tercamente:
—Eso es bien fácil, hijo. Dejas de dar pedales y pones el
pie del lado que caiga la bicicleta.
Me alejaba otra vez. Sorteaba el cenador, topaba con la
casa, giraba ahora a la izquierda, recorría el
largo trayecto junto a la tapia hasta alcanzar el fondo del
jardín para retornar al paseo central. Mi padre iba ya caminando lentamente hacia el porche:
—Es que no me atrevo. ¡Párame tú! —confesé
al fin.
Las nubes sombrías nublaron
mi vista cuando
oí la voz llena de mi
padre a mis espaldas:
—Has
de hacerlo tú solo. Si no, no aprenderás nunca. Cuando sientas hambre subes a comer.
Y allí me dejó solo, entre
el cielo y la tierra,
con la conciencia clara de que no podía estar dándole vueltas
al jardín eternamente, de que en uno u otro momento tendría que apearme,
es más, con la convicción absoluta de que en el momento
en que lo intentara me iría al suelo. En las enramadas
se oían los gorjeos de los gorriones y los silbidos
de los mirlos como una burla,
mas yo seguía pedaleando como un autómata,
bordeando la línea de la tapia,
sorteando las enredaderas colgantes de las pérgolas del cenador.
Jueves, 22 de abril de 2021
¿Cuántas vueltas daría? ¿Cien?
¿Doscientas? Es imposible calcularlas pero yo sabía que ya era por la tarde.
—Bien.
—¿Te has bajado tú solo?
—Claro.
Me dio en el pestorejo un golpe cariñoso:
—Anda, di a tu madre que te dé algo de comer. Te lo has
ganado.
AHORA TE TOCA A TI
¿Te acuerdas cuándo aprendiste a andar en bicicleta? ¿Quién te enseñó? ¿Quién te regaló la primera bicicleta? ¿Cómo era? ¿Cómo aprendiste? ¿Te caíste alguna vez?
Cuenta en un folio cómo fue tu experiencia con la bici. Puedes hacer también un dibujo.